viernes, 20 de enero de 2017

Nosotros

Nosotros
Nosotros somos el principio de la existencia; no yo sino nosotros, pues no existo sin otros; no cada uno de nosotros sino nosotros como grupo. Mis pensamientos sólo son míos en tanto los concibo de una manera singular conjugando pensamientos de otros. Concibo mis pensamientos combinando palabras; y las palabras son el modo de la interacción humana.
El individuo humano se concibe en interacción con el grupo: una semilla de naranja, por ejemplo, plantada en cualquier lugar, aunque en éste no haya ningún naranjo ni otro vegetal alguno, mientras disponga de los nutrientes de la tierra, de sol, de agua y de aire, germinará y se desarrollará hasta convertirse en un árbol que fructificará en nuevas naranjas, cumpliendo así todo el ciclo de cualquier otro individuo de su especie; se comportará de la misma manera que lo hubiera hecho si hubiese crecido en medio de un naranjal. Eso es válido para cualquier individuo de cualquier especie vegetal. Por otra parte, con los animales sucede lo mismo pues si, por ejemplo, un cachorro de león, de pocos días, es separado de su especie y criado en un ambiente sin leones, se comportará siempre como un león, como cualquier individuo de su especie en el ambiente en que se encuentre. En cambio con nosotros, los individuos humanos, no sucede lo mismo: separados de nuestra especie, aunque conservásemos la forma física como los vegetales y los animales la conservan, nuestro comportamiento sería muy diferente a los de los demás individuos humanos; posiblemente ni siquiera nos erguiríamos para trasladarnos como bípedos pues hasta éste es un comportamiento aprendido en el seno del grupo; y, como ése, prácticamente la totalidad de los comportamientos, especialmente el de la comunicación, son producto de la interacción entre los individuos del grupo. La humanidad del individuo es concebida en su interacción con la humanidad de los otros individuos. De manera que la humanidad se concibe a sí misma.
Ninguno de nosotros nace solo, aislado, fuera de nosotros. Cada uno de nosotros es concebido por nosotros.
Estamos desde siempre. Y cada uno de nosotros es la síntesis más compleja y armoniosa del Universo.
Yo, escribiendo aquí y ahora, y tú, leyendo, aquí y ahora, integrándome a ti por acuerdo o desacuerdo, pasando a ser parte inseparable de ti somos, aquí y ahora, nosotros. Eres nosotros, del mismo modo y por la misma razón que también yo, soy nosotros.
Mis pensamientos, modificados del modo y con la intensidad particular que les estás dando, van formando parte de ti, de tu singular estructuración del Universo, en este instante.
Así, tú como yo, como todos los humanos, somos singularidades estructuradas y estructurantes del Universo; cada uno diferenciado de los otros y siendo a su vez los otros según su aquí y su ahora.
“Durante casi seis años”, dice Helen Keller en su libro ‘Luz en la oscuridad’, “viví privada del menor concepto sobre la naturaleza o la mente, la muerte o Dios. Puede decirse que pensaba con mi cuerpo, y, sin excepción, los recuerdos de aquella época están relacionados con el tacto… No había una chispa de emoción o racionalidad en esos recuerdos clarísimos, aunque meramente corporales; podía compararme con un insensible pedazo de corcho. De pronto, sin que recuerde el lugar, el tiempo o el procedimiento exactos, sentí en el cerebro el impacto de otra mente y desperté al lenguaje, el saber, el amor, a las habituales nociones acerca de la naturaleza, el bien y el mal. Fui prácticamente alzada de la nada a la vida humana”.

Keller lo dice mejor que nadie: “de la nada a la vida humana”. No hay humano, no es posible un humano sin la humanidad. Y cada humano, cada uno de nosotros, es una versión singular de la humanidad; una particularización del grupo.

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