Nosotros
Nosotros somos
el principio de la existencia; no yo sino nosotros, pues no existo sin otros;
no cada uno de nosotros sino nosotros como grupo. Mis pensamientos sólo son
míos en tanto los concibo de una manera singular conjugando pensamientos de
otros. Concibo mis pensamientos combinando palabras; y las palabras son el modo
de la interacción humana.
El individuo humano se concibe en
interacción con el grupo: una semilla de naranja, por ejemplo, plantada en
cualquier lugar, aunque en éste no haya ningún naranjo ni otro vegetal alguno,
mientras disponga de los nutrientes de la tierra, de sol, de agua y de aire,
germinará y se desarrollará hasta convertirse en un árbol que fructificará en
nuevas naranjas, cumpliendo así todo el ciclo de cualquier otro individuo de su
especie; se comportará de la misma manera que lo hubiera hecho si hubiese
crecido en medio de un naranjal. Eso es válido para cualquier individuo de
cualquier especie vegetal. Por otra parte, con los animales sucede lo mismo
pues si, por ejemplo, un cachorro de león, de pocos días, es separado de su
especie y criado en un ambiente sin leones, se comportará siempre como un león,
como cualquier individuo de su especie en el ambiente en que se encuentre. En
cambio con nosotros, los individuos humanos, no sucede lo mismo: separados de
nuestra especie, aunque conservásemos la forma física como los vegetales y los
animales la conservan, nuestro comportamiento sería muy diferente a los de los
demás individuos humanos; posiblemente ni siquiera nos erguiríamos para
trasladarnos como bípedos pues hasta éste es un comportamiento aprendido en el
seno del grupo; y, como ése, prácticamente la totalidad de los comportamientos,
especialmente el de la comunicación, son producto de la interacción entre los
individuos del grupo. La humanidad del individuo es concebida en su interacción
con la humanidad de los otros individuos. De manera que la humanidad se concibe
a sí misma.
Ninguno de nosotros nace solo,
aislado, fuera de nosotros. Cada uno de nosotros es concebido por nosotros.
Estamos desde siempre. Y cada uno de
nosotros es la síntesis más compleja y armoniosa del Universo.
Yo, escribiendo aquí y ahora, y tú,
leyendo, aquí y ahora, integrándome a ti por acuerdo o desacuerdo, pasando a
ser parte inseparable de ti somos, aquí y ahora, nosotros. Eres nosotros, del
mismo modo y por la misma razón que también yo, soy nosotros.
Mis pensamientos, modificados del
modo y con la intensidad particular que les estás dando, van formando parte de
ti, de tu singular estructuración del Universo, en este instante.
Así, tú como yo, como todos los
humanos, somos singularidades estructuradas y estructurantes del Universo; cada
uno diferenciado de los otros y siendo a su vez los otros según su aquí y su
ahora.
“Durante casi seis años”, dice Helen
Keller en su libro ‘Luz en la oscuridad’, “viví privada del menor concepto
sobre la naturaleza o la mente, la muerte o Dios. Puede decirse que pensaba con
mi cuerpo, y, sin excepción, los recuerdos de aquella época están relacionados
con el tacto… No había una chispa de emoción o racionalidad en esos recuerdos
clarísimos, aunque meramente corporales; podía compararme con un insensible
pedazo de corcho. De pronto, sin que recuerde el lugar, el tiempo o el
procedimiento exactos, sentí en el cerebro el impacto de otra mente y desperté
al lenguaje, el saber, el amor, a las habituales nociones acerca de la naturaleza,
el bien y el mal. Fui prácticamente alzada de
la nada a la vida humana”.
Keller lo dice mejor que nadie: “de
la nada a la vida humana”. No hay humano, no es posible un humano sin la
humanidad. Y cada humano, cada uno de nosotros, es una versión singular de la
humanidad; una particularización del grupo.
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