lunes, 23 de enero de 2017

La realidad

La realidad

¿Qué es la realidad?
Muchas respuestas han sido dadas a esta pregunta. No obstante, a pesar del número y la variedad de las mismas, desde antes de los primeros filósofos griegos hasta mediados del siglo XIX prevaleció la convicción de que la realidad es eso que está ahí. Ése ha sido el común denominador de las más variadas respuestas. Eso que está ahí; la realidad objetiva; eso que no soy yo (el sujeto).
Mas hoy, eso que estaba ahí ya no está.
Esa realidad que determinábamos como existente por sí, que establecíamos como objeto en sí, ha perdido todo sustento; la hemos diluido en la relatividad, la probabilidad y la incertidumbre.
Del mismo modo en que Nietsche reveló la muerte de Dios, declaro ahora la desaparición de la realidad objetiva.
La dupla sujeto-objeto ha hecho crisis. Hemos agotado su función para comprender lo que hacíamos porque lo que hacíamos ha sido plenamente hecho. Toda la actividad que nos era posible hacer sin plan, sin finalidad, sin propósito, ha sido realizada y comenzamos a realizar la tarea de ser conscientes de ello y de que podemos proporcionarnos la libertad para decidir lo que haremos; para planear, en conjunto, una nueva manera de vivir, de ser y, sobre todo, de hacer.
El sujeto y el objeto como entidades en sí, distintas en su naturaleza, separadas y opuestas, fueron concebidos para integrar una realidad duplicada.
Esa actividad realizada y finalizada, ha sido la creación de la realidad objetiva. Con ello nos hemos dado los elementos y las condiciones para decidir nuestro modo de ser. Hasta ahora, sólo hacíamos como hacen los niños mientras juegan libremente, creando la realidad de la manera en que esas creaciones nos resultaban agradables.
Nosotros concebimos la realidad. Esto es, la creamos a partir de nosotros mismos. Con la palabra, creamos entre nosotros lo real. Todo aquello a lo que llamamos realidad, resulta de nuestra actividad sobre nosotros mismos y sobre la realidad ya creada por nosotros.
(La concepción del objeto no es individual sino grupal. Es objetivación de lo común, comunicado).
CREACIÓN (Principio de)
Considerando que la longitud del Ecuador terrestre es de, aproximadamente, 40.076 km y que el día tiene poco más de 24 horas, quienes viven en las proximidades de la línea del Ecuador se están moviendo a una velocidad de casi 1.670 kilómetros por hora, en el sentido Oeste-Este. Al alejarnos de esa línea y acercarnos a los polos, la longitud de la línea paralela a ésa se va haciendo menor, hasta llegar teóricamente a cero. Teniendo en cuenta que vivo en Neuquén, República Argentina, el paralelo aquí debe rondar los 20.000 kilómetros y, por lo tanto, en este momento me estoy moviendo a una velocidad aproximada de 840 kilómetros por hora. Pero si agrego a mis consideraciones el movimiento de la Tierra alrededor del Sol, pues entonces también me estoy moviendo a, aproximadamente, 107.200 km/h. Sin embargo, ninguna sensación tengo de ello. No cuento con datos sensibles que me indiquen que me estoy moviendo a esas inmensas velocidades; ni siquiera  siento que me estoy moviendo, salvo por lo que hago con  mis dedos sobre el teclado. Ninguno de mis sentidos me informa sobre el movimiento terrestre. Sin embargo, estoy convencido de su realidad. Y, sin dudas, también están convencidos de lo mismo la casi totalidad de los seres humanos.
¿Y cómo es posible este convencimiento? ¿Por qué no doy fe a lo que percibo por mis sentidos? ¿Cómo es que afirmo, sin dudar, que estoy en movimiento, cuando lo que me dicen mis percepciones sensibles es que no es así, que es todo lo contrario, que estoy perfectamente quieto, sentado y escribiendo? Pues este convencimiento nace de lo que se me ha dicho desde hace unos cuantos años; desde que era un niño. Se me informó del movimiento de la Tierra en la escuela. Mis maestras se esforzaron por mostrarme con palabras, dibujos y maquetas esta afirmación: la Tierra se mueve; y lo hace de varias maneras: rotando alrededor de su eje, trasladándose alrededor del Sol, también junto con éste por la Vía Láctea y, además, con nuestra galaxia por el Universo infinito. ¿Y cómo es que ellas, mis maestras, supieron de los movimientos de nuestro planeta? Pues de la misma manera que yo: a ellas también les informaron sus propios maestros. ¿Y a éstos?... Y bien, como sabemos, el origen de esa información es el Sr. Nicolás Copérnico. Pero también sabemos que este buen señor no percibió el movimiento terrestre por sus sentidos sino que lo dedujo a partir de cálculos matemáticos, hechos en base a observaciones astronómicas realizadas con el telescopio galileano (procedimiento que puede ser reproducido por cualquier persona que se disponga a hacerlo, lo que lo hace confiable). Galileo comprendió que las dificultades para calcular y predecir el movimiento de los planetas se debían al modelo geocéntrico, y que para superar esas dificultades debía adoptarse el modelo heliocéntrico propuesto por Copérnico. Tycho Brahe, astrónomo danés de mediados del siglo XVI, hizo nuevas observaciones planetarias y demostró que había fallas en la teoría vigente. Se presentaron entonces dos opciones: admitir que estaba fallando la teoría geocéntrica, como afirmaron antes Copérnico, Galileo y Kepler, o que las hipótesis auxiliares acerca del número y tamaño de epiciclos (modelo geométrico ideado por los antiguos griegos para explicar las variaciones en la velocidad y la dirección del movimiento aparente  del Sol, la luna y los planetas) y otros recursos para la explicación no eran suficientes. Los ptolemaicos habían adoptado esta última postura durante unos cuantos siglos hasta que Kepler pudo explicar lo que sucedía asignando a cada planeta una única trayectoria elíptica alrededor del Sol. Así, Kepler formuló sus leyes del movimiento planetario.
Newton mostró que las leyes de Galileo y Kepler se podían deducir a partir de los principios de su teoría y así logró unificar, por deducción, un conjunto de leyes empíricas dispersas. De esa manera, el proyecto de la ciencia moderna encuentra su culminación en la física de Newton.
De manera que por confianza en lo que me transmitieron mis maestras, que a su vez confiaron en lo que infirieron los pensadores mencionados, afirmo que estoy moviéndome a pesar de que no tengo información sensible sobre ello. En consecuencia, lo que llamo mi conocimiento de la realidad surge de dos fuentes: la inferencia hecha por algunos y la confianza de los demás; confianza que se sustenta en hechos producidos a partir de esas u otras inferencias logradas por un procedimiento semejante y reproducible: observación, investigación (o, sensaciones y trabajo con esas sensaciones), e inferencia lógica. Por lo tanto, la realidad, tal como la concibo, es el resultado de la actividad particular de algunos y la confianza de muchos que comparten el procedimiento y  las inferencias que realizaron aquellos.
Esto es, creación grupal de lo objetivo, en un proceso que comenzamos con la sensación subjetiva.
Las sensaciones no nos relacionan con objetos; lo que percibimos cuando sentimos, es subjetivo; no proviene de un objeto. El objeto no existe antes, fuera y distinto de nosotros sino que es creado por nosotros a partir de nuestras sensaciones. Pero esa creación no es individual sino grupal; sólo cuando compartimos la sensación y la actividad (comparaciones, valoraciones, clasificaciones, etc.) realizada con ella, masivamente, entonces creamos el objeto.
Esto es lo que llamaré, de ahora en más, el Principio de Creación: LA REALIDAD ES LO QUE CREAMOS.
Advertencia: no es lo que yo creo, sino lo que nosotros creamos. Y este nosotros no en sentido de nosotros como suma de individuos sino nosotros como actividad de un grupo relativamente numeroso. Esto es, lo que es compartido por la casi totalidad o una gran mayoría de los miembros de un grupo.
Por ejemplo: este principio, el Principio de Creación que acabo de enunciar, puede masificarse y hacerse realidad, o puede quedar perdido por siglos o milenios, como ocurrió con la concepción de “átomo” enunciada por Demócrito de Abdera, en Grecia, cinco siglos A.C. y vuelta a enunciar por John Dalton a principios del 1.800 (S. XIX). Fue compartida masivamente ¡2.400 años después! O lo que sucedió con el “heliocentrismo”, enunciado por Aristarco de Samos tres siglos A.C. y nuevamente propuesto y objetivado a partir de Nicolás Copérnico, ¡al cabo de 1.800 años! 
Del mismo modo en que en el S. XVI los datos de las observaciones astronómicas no podían ser relacionados con la teoría vigente, la geocéntrica, y cobraron coherencia y realidad al interpretarlos desde la nueva teoría, la heliocéntrica, los datos de las observaciones de la Física actual pueden ser integrados en el Principio de Creación.

El proceso de construcción del objeto es el siguiente: sensaciónactividades con la sensación o a partir de ella (valoración: buena o mala, benéfica o perjudicial, fea o bella; cualificación: tamaño, intensidad, etc.; ordenamiento con el tiempo: antes, después y con el espacio: aquí, allá, arriba, abajo, etc. – nombramiento de la sensación y con ello, comienzo de la actividad de compartirla; sólo se nombra entre dos o más personas  – masificación de la sensación nombrada y con ello, creación del objeto.
La sensación es producto de nuestra actividad involuntaria, espontánea; y no nos informa sobre un objeto diferente de nosotros mismos; no nos da el dato de la existencia de un objeto distinto de mí mismo.

 Con la sensación o a partir de ella, realizamos actividades como su ordenamiento con el tiempo y con el espacio; esto es, ubicamos la sensación en relación a las otras sensaciones colocándola antes o después de éstas, por ejemplo; su valoración, determinando la sensación como benéfica o perjudicial, por ejemplo; su cualificación, asignándole atributos como el de su tamaño, su intensidad, etc. Hasta aquí y separando teóricamente la actividad de otros aspectos que le son propios, podríamos decir que nos movemos en la esfera de lo subjetivo; es actividad relativamente individual. Luego de ello, ya en el ámbito de lo grupal, el individuo comparte los resultados de esa actividad con otros individuos, convirtiendo la sensación y los resultados de su actividad en palabras, creando así el objeto.

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